Durante los últimos meses despertar ha sido doloroso, la fría certeza de que aun estoy aquí me invade lentamente. Ahora no es solo ahora, es un frío recordatorio de que ha pasado un día desde ayer, un año desde el año pasado y de que tarde o temprano llegará. Al mirarme al espejo, lo que veo en él, no es tanto el rostro como la expresión de un dilema. Es un poco melodramático, supongo, pero por otra parte, tengo el corazón destrozado, siento como si me hundiera, como si me ahogara, como si no pudiese respirar. Por primera vez en mi vida no veo el futuro, los días transcurren entre la bruma, pero hoy he decidido que sea distinto, por fin.
En realidad me siento muy solo casi todo el tiempo, siempre me he sentido así. En fin, nacemos solos, morimos solos y mientras vivimos estamos total y absolutamente encerrados en nuestro cuerpo. Solo podemos experimentar el mundo externo a través de nuestra percepción sesgada de él.
Unas cuantas veces en mí vida he experimentado momentos de una claridad meridiana, en los que durante unos breves segundos el silencio ahoga el ruido y puedo sentir en lugar de pensar. Y todo parece muy definido y el mundo claro y fresco, como si todo acabara de nacer. Es imposible hacer que esos momentos duren. Yo me aferro a ellos, pero se desvanecen, como todo. He vivido mi vida en esos momentos. Ellos me transportan de vuelta al presente y entonces me doy cuenta que todo es justo como tiene que ser. Y así, sin más… llegó.